2 de mayo de 2025

En un mundo que cada vez se mueve más rápido, encontrar una obra que te invite a detenerte, observar y sentir es un verdadero hallazgo. Así es el arte de Arantxa, mejor conocida como Arantxart, una artista plástica mexicana que ha construido un universo propio mezclando tradición y modernidad con un sello que no deja indiferente a quien lo contempla.

Originaria de la Ciudad de México, Arantxart comenzó a dibujar desde pequeña, sin imaginar que ese pasatiempo espontáneo se convertiría en su proyecto de vida. Hoy, con 30 años y más de quince de trayectoria artística, se ha posicionado como una de las nuevas voces del arte contemporáneo que vale la pena seguir de cerca.

Su obra no solo habita galerías o espacios convencionales, sino que también se atreve a dialogar con disciplinas aparentemente distantes. Este fin de semana, por ejemplo, participó activamente en el Día 1 de la Serie Nacional del Pádel en Puebla, donde sorprendió a los asistentes con una intervención artística en vivo: un gran lienzo donde retrató a un personaje masculino con cabeza de pelota de pádel, vestido con un elegante traje. La ejecución fue una muestra clara de su maestría técnica: el cuerpo del personaje trabajado con óleo, dotándolo de textura, detalle y profundidad; el fondo, vibrante y expresivo, realizado con acrílico a mano alzada, añadió movimiento, contraste y ese toque irreverente que caracteriza sus piezas.

Arantxart estudió Mercadotecnia, una carrera que, curiosamente, terminó reforzando su capacidad para comunicar emociones a través del arte. Ella misma ha dicho que encontró en la pintura “un lenguaje propio”, una forma de expresión más poderosa y auténtica que las palabras. Sus obras, que suelen realizarse en un lapso aproximado de tres horas, hablan de identidad, sensibilidad y de esa delgada línea entre lo que somos y lo que aspiramos a ser.

Su técnica favorita —la fusión entre óleo y acrílico— no es casual: es una decisión estética y conceptual que representa su filosofía artística, un diálogo constante entre el pasado y el presente. En ese mismo sentido, sus influencias son tan variadas como coherentes: desde el trazo emocional de Van Gogh hasta el enfoque disruptivo del vanguardista Mr. Brainwash.

Pero si hay algo que define visualmente su obra es la paleta cromática que elige. Los tonos rosados, recurrentes en sus piezas, evocan los atardeceres —una de sus mayores fuentes de inspiración— y dotan a sus creaciones de una calidez inmediata. Para ella, el rosa no es solo un color: es una forma de mirar el mundo con ternura, esperanza y nostalgia.

Lo que comenzó como un hobbie es hoy su forma de vida. Cada obra cuenta una historia de transformación, de constancia, de equilibrio entre lo clásico y lo contemporáneo. Arantxart no pinta solo para decorar espacios, sino para tocar fibras, provocar ideas, generar preguntas.

Verla crear en vivo —como lo hizo este fin de semana en AutoArt y en la Serie Nacional del Pádel— es ser testigo de un proceso que parece casi mágico: el lienzo en blanco cobra vida, el tiempo se suspende, y el arte, en sus manos, se convierte en un espejo de lo humano.