La vida difícil de los alter ego

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La literatura nos ha regalado historias grandiosas y personajes extraordinarios; los cuales surgen de una línea borrosa entre lo ficticio y real de sus creadores.

El alter ego es una imagen ficticia que comparte características similares con su creador, ya sea por los rasgos físicos o el comportameinto y forma de ser. Se trata de “un segundo yo”, que sirve como vehículo para la exploración de uno mismo, pero también de la “realidad” (del autor y/o del personaje).

En la literatura se ha mencionado en diversas ocasiones las similitudes entre los escritores y sus personajes; inclusive Gabriel García Márquez mencionaba que no sólo escribía parte de sí, sino también de lo que vivía con su familia y la tradición oral en la que se vio envuelto. Precisamente en este punto es donde se comienza a desfigurar la línea entre lo ficticio y lo real.

Esto para algunos pareciere que nos lleva a un conflicto de identidad, donde no existe ni principio ni final para eso que se es (y lo que no). Sin embargo los alter ego se tratan de figura simbólica muy compleja la cual tiene muchas funciones y características que cumplir más allá de ser el protagonista de una historia, pues se convierten en una exploración del “yo” y del mundo.

Un ejemplo muy claro de esto es Borges en el mismo cuento de Jorge Luis Borges, titulado “Borges y yo”, donde en el vemos la revelación de dos personajes que son uno. Sin embargo uno de ellos nos da la perspectiva ajena que permite interpretar sus conflictos personales de forma distinta.

“Al otro, a Borges, es a quien le ocurren las cosas. Yo camino por Buenos Aires y me demoro, acaso ya mecánicamente, para mirar el arco de un zaguán y la puerta cancel; de Borges tengo noticias por el correo y veo su nombre en una terna de profesores o en un diccionario biográfico. Me gustan los relojes de arena, los mapas, la tipografía del siglo XVIII, el sabor del café y la prosa de Stevenson; el otro comparte esas preferencias, pero de un modo vanidoso que las convierte en atributos de un actor. Sería exagerado afirmar que nuestra relación es hostil; yo vivo, yo me dejo vivir, para que Borges pueda tramar su literatura y esa literatura me justifica… No sé cuál de los dos escribe esta página”.

-Borges y yo

Por otro lado nos encontramos con ejemplos que se remontan de forma recurrente al pasado propio o de quien los narra. Tal es el caso de Nick Adams, álter ego de Ernest Hemingway, que al  igual que él paso momentos de su infancia en Michigan, donde aprendió  a pescar junto a su padre.

American writer Ernest Hemingway (1899 – 1961) working at a portable table while on a big game hunt in Kenya, September 1952. (Photo by Earl Theisen/Getty Images)

Mientras que de él lado contrario nos encontramos con Henry Bech, quien es el particular álter ego de John Updike. Su creador fue un maestro de la narrativa norteamericana, casado y que ante los ojos de todos su carrera era maravillosa, mientras que Bech era un judío soltero, que vivía enfrascado en una crisis creativa.

Además de esto nos encontramos con álter egos que son el reflejo de sus escritores de manera exponencial, tal es el caso de Henry Chinaski, a quien conocimos por primera vez en “El Cartero” y desde las primeras interacciones en la novela, era innegable su similitud con Charles Bukowski. Chinaski es un antihéroe como ningún otro y se convierte en el vehículo perfecto para expresar lo alcohólico, misántropo, mujeriego del mismo Charles Bukowski.

Otro claro ejemplo es precisamente Sylvia Plath, quien por medio de  Esther Greenwood logra establecer una conexión con ella misma para dejar ver parte de lo que sucedía en la mente de esta gran escritora, pues Esther pese a vivir alrededor de tanto éxito se ve orillada al suicidió al igual que su creadora tiempo después.