El umbral de la experiencia

La tarde del sábado 31 de mayo no fue una tarde cualquiera. En el corazón de Casa Arda, ese lugar que más que una cocina es un santuario de experiencias, se respiraba una atmósfera distinta, casi sagrada. Desde el primer paso al interior, los afortunados asistentes sabían que estaban a punto de vivir algo fuera de lo ordinario. No era simplemente una cena, ni una clase, ni una cata. Era un ritualuna ceremonia gastronómica donde el protagonista no sería un platillo servido en plato, sino un animal entero, tratado con respeto milenario y precisión quirúrgica: el majestuoso atún rojo.

Casa Arda no convocó a una multitud. Apenas ciertas personas tuvieron la suerte de cruzar el umbral de esa experiencia privada, íntima y exclusiva. Allí, en ese recinto donde cada evento se siente como una revelación, se preparó el escenario para el Ronqueo, ese ancestral arte del despiece del atún que combina conocimiento, técnica y sensibilidad en partes iguales.

El arte de cortar sin herir

Cuando se escucha la palabra “ronqueo”, pocos imaginan la belleza oculta detrás del término. El nombre proviene del sonido que hace el cuchillo al rozar la espina dorsal del atún, un susurro grave, casi musical, que recuerda un ronquido… de ahí su nombre. Pero lo que se vivió esa tarde fue mucho más que un sonido.

Bajo la luz cálida del lugar, los chefs especialistas de Casa Arda —guardianes del oficio y artistas del cuchillo— se colocaron frente al enorme atún con una reverencia que conmovía. Con movimientos lentos, medidos, seguros, comenzaron el proceso de despiece, cortando con precisión quirúrgica cada sección del pescado. No hubo prisa, no hubo tropiezos, solo maestría. Cada filete, cada trozo, cada fibra fue separado con una gracia que solo los verdaderos conocedores pueden alcanzar.

Los asistentes, en un silencio reverente, observaban hipnotizados. Algunos filmaban, otros preguntaban, pero todos, sin excepción, sentían que estaban presenciando algo mucho más profundo que una simple técnica culinaria. Era el alma de la tradición hablando a través de las manos del chef.

Entre cortes y conocimiento

Una de las grandes virtudes de Casa Arda es que no se limita a mostrar; enseña, comparte, involucra. Durante el ronqueo, los chefs no solo desmembraban el atún, sino que iban explicando cada parte, su valor, su uso culinario, su textura, su historia. Del lomo al tarantelo, del mormo a la parpatana, cada pedazo fue una clase magistral sobre el aprovechamiento total de un ser vivo que merece respeto y honra.

Las charlas no eran frías ni técnicas, sino cálidas y cercanas. Los chefs dialogaban con los asistentes como si fuesen viejos amigos, compartiendo no solo datos, sino anécdotas, emociones, recetas, secretos. Fue ahí donde Casa Arda volvió a brillar: en su capacidad de convertir la alta cocina en una experiencia humana, emocionante, viva.

El festín de los sentidos

Y claro, tras el arte vino el sabor. Porque todo lo aprendido, todo lo visto, terminó servido en un banquete que fue la culminación perfecta de una noche inolvidable. Las piezas de atún, cuidadosamente seleccionadas, se transformaron en platillos que deleitaron el paladar de los asistentes. Nigiris, tartares, cortes a la parrilla, preparaciones crudas que resaltaban la frescura del pescado, combinaciones sutiles que enaltecían el producto sin opacarlo.

El vino fluyó con elegancia, las conversaciones se tornaron más íntimas, y los rostros se llenaron de sonrisas. Había satisfacción, claro. Pero también había orgullo de haber formado parte de algo único. Porque el sabor no solo estaba en la comida, sino en la experiencia compartida, en la memoria que ya se estaba construyendo mientras los platillos llegaban a la mesa.

Una relación que evoluciona con cada evento

Desde La Primicia, hemos tenido la fortuna de acompañar a Casa Arda en varias de sus propuestas culinarias. Y hay algo que siempre nos impresiona: su capacidad de superarse a sí mismos. No porque lo anterior haya fallado, sino porque en Casa Arda hay una filosofía clara: cada evento debe ser mejor que el anterior, cada detalle más pulido, cada instante más memorable.

El Ronqueo fue una confirmación absoluta de esta idea. Desde la ambientación hasta el discurso de los chefs, desde la selección de los invitados hasta la impecable atención del equipo, todo fue ejecutado con una precisión casi coreográfica. Y lo más importante: con alma, con cariño, con verdadera pasión por lo que hacen que nos da una experiencia que Arde.

Nuestra relación con Casa Arda se ha fortalecido precisamente por eso. Porque no asistimos a simples eventos, sino a celebraciones de la cocina, del detalle, del arte de crear experiencias que se quedan en el corazón. Y este Ronqueo… fue una de las más sublimes.

Lo que deja una tarde irrepetible

Hoy, al ver las fotografías de esa tarde, al escuchar los testimonios de quienes vivieron el Ronqueo en Casa Arda, no podemos sino sentir una mezcla de admiración y anhelo. Admiración por la perfección con la que se ejecutó cada parte del evento. Anhelo de haber estado ahí. Pero también certeza: la próxima vez estaremos, porque en Casa Arda siempre hay una próxima vez que supera la anterior.

Y si esta crónica logra, aunque sea por un instante, trasladarte a ese salón donde el atún fue cortado como se corta un poema, donde los cuchillos hablaron y los sentidos celebraron, entonces habrá cumplido su cometido.

Gracias, Casa Arda, por recordarnos que la cocina no solo se come. También se vive, se honra, se cuenta. Y aquí estaremos, siempre, para contarla con el orgullo que da formar parte de esta historia.

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