«Exponiendo infieles» y la enfermiza obsesión por encontrar el amor

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Bajo la premisa de que hay que premiar a la gente fiel, una mujer se pasea acompañada por un par de camarógrafos en las calles de Tijuana.

os celos, turbación de nuestra alma que cobra agudísima conciencia de su soledad irremediable. Pasión que no mueve a piedad por ser acaso la más individual y exclusiva y que a los más lamentables extravíos conduce. Así define Julio Torri a los celos en su hermoso cuento «El celoso». La trama a grandes rasgos: un hombre mata a su esposa, celándola. La tiene recluida, no quiere que nadie la toque, que nadie la vea ni sepa de su existencia. Vaya, ni el doctor −cuando cae enferma− accede a ella. Una vez que la mujer está en la tumba, el sujeto se oculta diario en el cementerio esperando que llegue otro hombre a colocar un ramo de flores en la tumba. Esto último es de mi cosecha, pero ayuda a entender el relato.

«Exponiendo infieles» es un contenido del canal de YouTube Badabun que ya suma más de cincuenta episodios, y cada video tiene un número violento de visitas. Yo no sabía nada al respecto. Había visto un par de memes y me daba una idea de qué se trataba. Incluso, sentado en un food court de centro comercial escuché que una persona, bromeando, se acercó con sus compañeros de trabajo preguntándoles: ¿amigos, son pareja? Para escribir este texto me di un clavado en un buen número de capítulos. Es adictiva esa cochinada.

Bajo la premisa de que hay que premiar a la gente fiel, una mujer se pasea acompañada por un par de camarógrafos en las calles de Tijuana. Les cae por sorpresa a las parejitas y les propone revisar sus celulares a cambio de un par de tristes billetes. Whatsapp, el chat de Facebook, Instagram, las fotos archivadas. Los novios, evidentemente nerviosos, acceden. Y entonces acontece el show de la infidelidad. Todos tienen cola que les pisen. La vida electrónica de los habitantes de este joven siglo solapa plenamente la infidelidad. Las apps por sí mismas cuentan con opciones que facilitan el engaño. Y sin embargo todas las parejitas de «Exponiendo infieles», caen, se vuelven el villano en su rincón y debajo de la candileja.

Hay una cantidad alarmante de violencia física en las reacciones de las parejas. Las cachetadas son inmediata moneda de cambio. Como si fuera un acto de lo más normal agredir a tu pareja. Jalones, golpes directos, zapatos que vuelan, un hombre amenaza a la producción con un palo de billar, una chavita que minutos antes abrazaba a su novio guitarrista estrella el instrumento en el piso. Cuando se entera de que su novia se acuesta con su prima, una chica le quita los lentes y los pisotea en el suelo. Y ahora cómo voy a ver, dice la otra. La Chica Badabun encuentra nudes en el celular de un jovenazo y sardónicamente le pregunta a la novia: ¿amiga, esta es tu vagina?

Packs, fotos de penes, el emoji de corazón en todas sus modalidades de color. ¿Por qué le andas mandando un emoji de fuego a mi prima? Imposible no soltar una incómoda carcajada. Dejó ir este monumento de mujer por una bola de suripantas.

Los videos tienen un subtítulo que recuerda a las primeras planas albureras de la nota roja o a los nombres de los pasquines colorados tipo Sensacional de Barrios. «El tamaño sí importó«, «Los 4 eran felices y no lo sabían«, etcétera. Esto lo menciono porque de alguna manera construye una educación sentimental que no tiene nada de nueva en la cultura mexicana. Nos da sorna que la vecina tenga sexo con el de la carnicería. Cálmate, estás haciendo el ridículo, cálmate, dice el cornudo. Después de la bronca, uno de los integrantes se aleja gritando peladeces hasta salir de cuadro, el otro se queda ahí. Su presente emocional ha sido pisoteado a cambio de un billete que regularmente termina en el suelo o en las manos de la presentadora Lizbeth Rodríguez.

La búsqueda del amor está sobrevaluada.

Ella es tema aparte. No me es simpática ni me parece carismática, como tanto acota la prensa. Sí, hay notas periodísticas acerca de cada capítulo de «Exponiendo infieles». Ella adopta una postura chocante y se pone a sí misma como una suerte de justiciera emocional, sus conclusiones de cada caso –a là He-man- dejan claro que no posee la estatura ética requerida para un trabajo de esta índole.

No hay estratos sociales ni rango de edad en la selección de infieles. Populosa raza de Madames Bovarys. Queda clara una cosa: la oferta emocional en nuestro país en este momento de la historia humana es paupérrima. Queda clara otra cosa: los límites de la fidelidad en la era digital no están definidos y no pareciera que las parejas estén muy preocupadas por delimitarlos. El nivel de infidelidad permitida está de la fregada. Cuántas veces no mira uno de reojo el teléfono del pasajero de al lado en el transporte público y lee la cursi correspondencia amorosa que nuestro vecino bigotón tiene con «Juan Plomero» o «Esteban chamba» Otra cosa queda también clara: la estética del morbo nos encanta. Y mientras más chicharronera luzca, mejor.

Debido a una desquiciante maldición, la bestia humana del siglo que corre tiene una obsesión enfermiza por encontrar el amor. Esperamos que se abra el elevador y ahí, mágicamente, esté la persona que nos llenará el alma. Y la buscamos y la buscamos, mal influenciados por seriales gringoides, comerciales de yogurt y películas basadas en la Ilíada que estúpidamente terminan con un beso que involucra a Brad Pitt. ¡Caramba!, habiendo tantos componentes humanos adormecidos adentro de uno. La decencia, la sensatez, la bravura, etcétera. La búsqueda del amor está sobrevaluada. ¿Quién sale de su casa por las mañanas anhelando mantener su honor sin mácula? Dicen que Kavafis le rezaba diario a Dios, suplicándole claridad literaria.

Bueno. «Exponiendo Infieles», además de destrozar las relaciones de sus víctimas, los deja sin decencia, sin sensatez, sin bravura, etcétera. Por supuesto, siempre existe la posibilidad de que todo el show sea una farsa escrita por una especie de Balzac moderno y medio degenerado.

El azar que me dio a la amada es capaz de arrebatármela, escribió Torri, la mujer que esclarece y dora mi gris existir ¿me estaba predestinada? O pudo ser de otro. Me encanta que la palabra infidelidad en inglés sea «unfaithful». Es decir: perderle fe a alguien. Cuando alguien nos traiciona dejamos de creer en ellos. No perdamos la fe, amigos. Esa tumba que el personaje de «El Celoso» visita diario a escondidas, hoy en día la lleva nuestra pareja en el bolsillo. Y vibra y se ilumina.

 

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