Cerca del 40% de la población mexicana considera que “los pobres se esfuerzan poco por salir de su pobreza”, según refieren datos de la Encuesta Nacional sobre Discriminación 2017
México es uno de los países con menor movilidad social: solo el 2.1% de personas que nacieron en un hogar con pobreza pueden llegar a tener el mayor acceso de bienes y servicios, de acuerdo con el informe Desigualdades en México 2018, elaborado por la Red de Estudios sobre Desigualdades de El Colegio de México.
Sin embargo, cerca del 40% de la población mexicana cree que “los pobres se esfuerzan poco por salir de su pobreza”, según refieren datos de la Encuesta Nacional sobre Discriminación 2017.
El documento dado a conocer por el INEGI, el Conapred, la UNAM y la CNDH refiere que inclusive 4% de la población respondió que no está de acuerdo con que su hijo o hija se case con alguien en situación de pobreza.
Este tipo de prejuicios han provocado que a este sector de la sociedad le sea más difícil tener un trabajo, acceso a las educación o inclusive algún préstamo.
Salir de la pobreza implica mucho más que echarle ganas y en realidad son muy pocos mexicanos los que superan las barreras estructurales.
Ricardo Fuentes-Nieva, director ejecutivo de Oxfam México, una organización que busca poner fin a la injusticia de la pobreza y acabar con la desigualdad, opina que es una “falacia” pensar que una persona en situación de pobreza puede salir de ella solo con “esfuerzo o trabajo”.
“En cada etapa de la vida la gente que vive en situación de pobreza se enfrenta a discriminación, marginación y a barreras estructurales que limitan sus oportunidades de vida y esto desafortunadamente es muy palpable en una sociedad mexicana que es muy discriminatoria donde la intervención gubernamental no ha logrado mejorar los servicios de salud, educativos y no ha logrado abatir la pobreza; y lo que genera son ciclos”, dice Fuentes-Nieva.
Jacobo Martínez Ríos es un caso entre millones. Recuerda cuando iba a la primaria recién había llegado de la Sierra de Oaxaca con su familia y no tenía uniforme, tampoco mochila, llevaba su libros en una bolsa de plástico, dormía hacinado con sus hermanos y hubo ocasiones que no comía. A los 13 años, dice, se salió de su casa en la colonia Agrícola Oriental, Ciudad de México, porque su papá no podía con el sostén de cinco hijos y una esposa. Así que el entonces adolescente trabajó en una fábrica que hacía cortineros y siguió estudiando.
El joven dice que durante años vivió en un cuarto de una vecindad donde había ratas. Siguió trabajando de lo que pudo, como mesero, cargador, todo para mantenerse con vida y continuar la escuela. Fue así como terminó su carrera como químico farmacobiólogo en la FES Zaragoza de la UNAM.
Ahora, con 31 años, Jacobo está por concluir su doctorado e investiga la inmunología del cáncer colorrectal y mantiene sus propios gastos, gracias a la beca que tiene. “A veces creo que solo es cosa de suerte y de resistencia, porque trabajar, estudiar y no comer parece imposible”, nos cuenta en entrevista telefónica.
“No es nada fácil salir de la pobreza. Por ejemplo, cuando iba a la Central de Abasto a trabajar o a recoger lo que se pudiera para poder comer yo conocí a gente que quería salir adelante y no lo logró y no porque no tuviera ganas o la capacidad, sino porque no aguantó las condiciones, el hambre. Yo me acuerdo que cuando iba a la escuela a veces tenía dos días sin comer, y aguantaba, no había más. De todas las personas con la que interactué, solo otra persona salió. Los demás se quedaron y no porque no fueran capaces”, relata Martínez Ríos.
En el pasado, recuerda, sufrió discriminación por su vestimenta, por su aspecto desnutrido e incluso recuerda que los papás de sus amigos o sus novias les pedían que no le hablaran, “porque decían que era una mala influencia, les iba a traer problemas, o les iba a enseñar a robar. Eso pasaba siempre”.
“Yo viví discriminación, por ejemplo, en las becas. En la prepa y en la universidad siempre apliqué para becas, pero no me las dieron porque en el estudio socioeconómico yo fui honesto y mi situación de extrema pobreza no me permitiría ser candidato, y resulta que el criterio es que la escuela prefería darle becas a alguien que al menos tuviera oportunidades, porque las personas en pobreza extrema jamás van a salir de ahí y prácticamente es una beca perdida”, dice Jacobo.
El director de Oxfam México dice que incluso la pobreza impide que una mujer embarazada esté bien alimentada o tenga asistencia prenatal, y esto “limita la capacidad de aprendizaje de los niños; entonces un niño o una niña que esté mal alimentado, por más que se esfuerce, por más que lo intente será muy difícil que pueda aprovechar la escuela, y esto asumiendo que tuviera una buena calidad educativa”.
Actualmente, la organización no gubernamental se encuentra realizando un proyecto en Yucatán, donde dan talleres a los habitantes de una comunidad para explicarles sus derechos y cómo ellos se pueden organizar para que los propios pobladores creen sus propias condiciones, exijan lo que les pertenece a las autoridades y puedan salir de la pobreza.
Lo leíste primero en La Primicia