El investigador nivel III del SNI es titular del Laboratorio de Neurofisiología Sensorial, del Instituto de Fisiología-BUAP
En sus 35 años de trayectoria, Enrique Soto Eguibar, titular del Laboratorio de Neurofisiología Sensorial del Instituto de Fisiología de la BUAP, ha publicado 94 artículos en revistas internacionales, 25 capítulos de libros y 70 trabajos en español. Nivel III en el Sistema Nacional de Investigadores, ha desarrollado tres patentes internacionales y una nacional, incluyendo el diseño de una prótesis vestibular. Además de la academia, complementa su trabajo con actividades de divulgación: ha escrito 57 artículos y desde 1991 ha sido director de la revista Elementos.
–Yo no pensé ser científico.
-¿Qué sucedió?
-Que la desgraciada vida…Bromea, ríe.
Cautivado por el pensamiento, esa cualidad que hace única a la especie humana, el fundador del Instituto de Fisiología de la BUAP ha sobresalido por sus aportaciones a las neurociencias, principalmente en los campos de neurofisiología sensorial. Quien de joven no se imaginaba con bata blanca en un laboratorio, hoy celebra que uno de sus proyectos ayudará a individuos con daño vestibular a recobrar la estabilidad postural y a los astronautas a no perder el piso, en el espacio exterior.
Tras parar de reír, el doctor Soto recuerda que son muchos los fracasos que lo condujeron a la ciencia. Un día, relata, durante una cirugía en el Hospital Universitario de Puebla en la cual amputaron la pierna a una niña, los médicos tardaron horas en la reanimación plena, pero de él, pues cayó súbitamente en la sala de cirugía. El personal se sorprendió al ver cómo el joven pasante se había golpeado, tras desmayarse por la conmoción que le generó la intervención en la menor.
Supo que atender pacientes no era su fuerte, pero que generar problemas en el quirófano, sí. Vio en la fisiología una oportunidad de desarrollo y decidió bien. En sus 35 años de trayectoria, Enrique Soto Eguibar ha publicado 94 artículos en revistas indizadas con reconocimiento internacional, 25 capítulos de libros, 57 artículos de divulgación y otros 70 trabajos en español. Un investigador prolífico.
La mayoría de sus aportaciones en neurociencias corresponden esencialmente al área de neurofisiología sensorial: auditivo y vestibular. Sin embargo, también ha abordado problemas sobre neurotoxinas, desarrollo de materiales para sensores y más recientemente aplicaciones de tecnología al desarrollo de una prótesis vestibular.
El titular del Laboratorio de Neurofisiología Sensorial recuerda que optó por estudiar medicina en la BUAP, porque en ese entonces la Universidad no ofertaba la Licenciatura en Biología. Decisión aparentemente desacertada, pero que lo encaminó a su realización. La desgraciada vida…
Recuerda que de niño interactuaba con los animales que habitaban la granja adjunta a la casa de su familia, en la colonia Bugambilias de Puebla, un hogar en el cual se tenía un alto aprecio por ser profesionista. Perros, gatos, faisanes, pavorreales… Se llevaba bien con ellos, recuerda. De ahí su amor por la vida, de ahí su inclinación infantil por las ciencias naturales.
Desde hace 35 años “no he cambiado de línea de trabajo, profesión, ciudad, universidad, ni de esposa. Toda mi vida he estado en la BUAP. Soy un hombre de hábitos”, expresa Soto Eguibar, con especial énfasis en su esposa.
Confiesa que una vez que supo que el trabajo de clínica definitivamente no era lo suyo –durante un periodo breve en el área de neurocirugía desarrolló muy rápido una úlcera por estrés-, decantó por la fisiología y se aventuró a la maestría y el doctorado en Ciencias Fisiológicas, en la UNAM, donde obtuvo la más alta distinción que esta otorga a sus estudiantes: la Medalla Gabino Barreda.
Entre anécdotas evoca su motivación más genuina para estudiar cómo funciona la vida: el amor a la misma. Más tarde, lamenta la ironía de su labor: tener que sacrificar animales para la experimentación.
El cerebro no es indispensable para la vida
-¿Considera que el cerebro es el órgano humano más poderoso?
-El cerebro no es indispensable para la vida. Los niños anencefálicos, por ejemplo, pueden vivir sin él, aunque poco tiempo. Es conveniente tenerlo, pero no indispensable.
-¿Por qué decidió encaminar su estudio a las neurociencias, particularmente a neurofisiología sensorial?
-La idea del pensamiento, la cognición, eso que nos hace humanos.
El estudio del sistema nervioso tiene cinco niveles de análisis. El más básico, el molecular; después, el celular, que se centra en las neuronas y células gliales; el de sistemas, para saber cómo un conjunto de neuronas se relaciona en una red y produce un módulo funcional en particular; el conductual, en el que se indaga el origen de las conductas integradas; y, finalmente, el nivel cognitivo, en el que se estudia cómo el cerebro da origen a los procesos mentales, al “yo”.
“Esto es como pensar en un edificio. Si se desensambla, hay ladrillos y varillas. Si se va más allá, es posible conocer los componentes de cada ladrillo y varilla. Los arquitectos consideran irrelevante eso, pues ellos ven el conjunto. El dueño, solo su amplitud y comodidad. Estas visiones se tienen en las ciencias. La conciencia humana es como un gran edificio formado por millones de neuronas y células gliales que son como los ladrillos y el cemento de los edificios”.
Las tareas del doctor Soto se centran en el nivel celular, en las neuronas: estudia las propiedades de estas células y sus tipos de receptores en las membranas, para conocer cómo responden a estímulos y cambios químicos en el cerebro.
-Las neurociencias han hecho muchos descubrimientos en los últimos años, pero aún continúan los desafíos ¿Cómo ha evolucionado desde que usted incursionó en el campo, hace 35 años?
-La cantidad de trabajos publicados anualmente debe rebasar los 25 mil. Hemos avanzado en la comprensión de los procesos cognitivos superiores. Antes, cuando estaba en la facultad, el conocimiento de las enfermedades neurodegenerativas era muy pobre. Aunque no hay curas claras, hoy en día las soluciones a enfermedades como la esclerosis múltiple, que es devastadora, están a la vuelta de la esquina.
En el área neurobiológica, continúa el académico, se desarrolla el conectoma humano: un sorprendente proyecto con el que se busca determinar con exactitud cómo están conectadas cada una de las neuronas del cerebro, una idea muy similar al del genoma humano, gracias al cual se conocen todos los genes de la especie. El proyecto avanza lentamente pues el cerebro tiene tantas conexiones, cientos de millones, que los sistemas de cómputo actuales podrían ser insuficientes para analizar los datos de la conectividad cerebral.
–¿Cuál considera que son sus principales aportaciones?
-Demostrar que el glutamato es el neurotransmisor entre las células ciliadas y las neuronas del oído interno. Esto permite diseñar estrategias farmacológicas para tratar problemas relacionados con la neurobiología del oído y del equilibrio. En el campo de las neurotoxinas hemos descubierto algunos péptidos que bloquean canales de sodio y los hasta ahora poco conocidos canales sensores de pH.
En el Laboratorio de Neurofisiología Sensorial se ha hecho un laborioso trabajo de modelaje matemático e investigación básica, una actividad que se ha desarrollado de forma multidisciplinaria con colegas de la Facultad de Ciencias Físico Matemáticas de la BUAP. Este trabajo los llevó a proponer la patente del diseño de la citada prótesis vestibular (en los sensores internos del oído) ante la Oficina de Patentes y Marcas de Estados Unidos. Una de las muy escasas solicitudes de la BUAP ante el organismo estadounidense otorgadas en los últimos años. El doctor Enrique Soto celebra el hecho, pues es una incursión de México en el desarrollo de neuroprótesis.
Cabe destacar que parte del diseño es utilizado para un prototipo que se probará en la Estación Espacial Internacional, con el objetivo de contribuir a devolver a los cosmonautas la sensación de la dirección normal y de los desplazamientos lineales y angulares (giros) de la cabeza. En otras palabras, la sensación de “lo que es arriba y lo que es abajo; estabilizar la mirada mediante estímulos con electrodos en la región periauricular, para devolver la sensación de dirección”.
Ser científico en sus tres dimensiones
Además de un prolífico investigador, Enrique Soto es un divulgador científico apasionado y activo. Esto tiene que ver con su aprecio por el arte, la literatura y la fotografía. Con experiencia en la escritura de textos para medios impresos de Puebla, comenzó a colaborar en la revista Elementos, de la que es su director, desde 1991.
-Muy pocos científicos se toman un tiempo para divulgar ¿por qué lo hace?
–Es muy grato, aunque se valora relativamente poco en la comunidad científica. Es bien visto pero no tiene valor alguno para las trayectorias científicas. Usualmente participaba hasta en 20 conferencias al año en preparatorias, lo he dejado de hacer porque es un trabajo poco valorado.
Elementos es, hasta donde sabemos, la única publicación de la BUAP inscrita en el Índice de Revistas Mexicanas de Divulgación Científica y Tecnológica. Enrique Soto Eguibar confiesa que algunos colegas le han cuestionado porqué “pierde tiempo en la revista”. Él no objeta; “O se defiende sola o que desaparezca”.
-Usted es investigador, docente y divulgador, ¿cuál faceta disfruta más?
-Estas son categorías de una actividad que es nata del ser humano: ser curioso. Lo más natural sería hacer las tres actividades. Pero el científico usualmente escribe solo para sus pares, cuando debería publicar para quienes realmente le pagan: la ciudadanía.
-¿Cuáles son las gratificaciones de ser científico, en sus tres dimensiones?
-En el laboratorio festejamos todos los logros, grandes o pequeños, en ciencia y en la academia. Festejamos cada que un estudiante se gradúa, un número de Elementos se imprime, el artículo de un libro es aceptado o un paper se publica. Por otro lado, la vida cotidiana es bastante grata. Debo decir que los institutos nos permiten una vida privilegiada. Eso hay que reconocerlo y agradecer.
Voluntad política para invertir en ciencia
-¿Por qué un país como México necesita de la ciencia?
-Un país tiene problemas, y los tiene que resolver. México necesita de los científicos para atender los suyos.
-¿Hacia dónde debe ir el país para afianzar la ciencia?
– Más vale que el poder político no se meta, ni en la academia, ni en la ciencia. La academia lo que menos necesita son problemas legales, contables y políticos. Lo que debe haber es la voluntad política de inversión en ciencia a través de Conacyt o programas de distribución de segundo nivel. El poder político se tiene que limitar a poner recursos. Por su parte, las universidades deben decidir localmente, con base en sus fortalezas académicas, el rumbo de sus investigaciones. Si en Puebla se destaca la física, las grandes inversiones deber ir hacia ahí, pues intentar ser buenos en todo, nos lleva a ser buenos en nada. Donde hay más fortalezas se debe invertir más y suele ser al revés.
-¿Cuál debe ser entonces el papel de la universidad pública en este proceso?
-El que se le asignó desde un inicio: formar cuadros académicos para formar a los profesionales que se necesitan para que el país pueda vivir en paz y haya desarrollo social… No creo que se deba reinventar a la universidad pública, pues sus funciones son claras. Soy egresado de la BUAP, tuve beca Conacyt, mis hijas estudiaron en la BUAP, tienen doctorado, viven bien. La universidad funciona. La pregunta debe ser sobre la función de la universidad privada, porque le han dado un gran espacio para ser un negocio enorme.
La maceta
Desde que estudiaba su preparatoria, Enrique Soto desarrolló una fascinación por la fotografía, una actividad que sigue vigente entre sus hábitos, ya que a diferencia de muchos otros científicos, no ha abandonado su vida privada. “Hay quienes se alejan de su familia y pasiones, por la ciencia. No es mi caso”.
De ser un pasatiempo, ahora la fotografía es parte de sus logros profesionales: ha montado algunas exposiciones y ha publicado libros individuales y colectivos como Paraíso Barroco de Tonanzintla, La Casa de Minerva (Arte e historia en el patrimonio edificado de la BUAP), Rodando y Gráfica Popular Mexicana, entre otros trabajos. Recientemente, en colaboración con el profesor Gauchat y otros colegas de Ciencias Sociales, publicó Construir, habitar. En dicho impreso se exhibe la arquitectura de este inmueble patrimonio de la BUAP, ubicado en el Centro Histórico de Puebla.
De entre las imágenes destaca una de una maceta. Cuando la fotografió, hace dos años, le pareció particular. Se trata de la misma maceta que se alcanza a distinguir en una fotografía de su padre cuando era pequeño, acompañado de sus padres y hermanos. La Casa de las Culturas Contemporáneas en la década de los 20 fue el hogar de los Soto Paz. Retratarla fue recordar algún domingo por la tarde, hace ya muchos ayeres.