El ngiba: una forma de percibir el mundo, en peligro de desaparece

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También conocida como popoloca, esta lengua se encuentra en alto riesgo de extinción, según el INALI y la UNESCO

Para el Comité Consultivo para la Atención a las Lenguas Indígenas en Riesgo de Desaparición (CCALIRD), del Instituto Nacional de las Lenguas Indígenas (INALI), “una lengua en riesgo de desaparición es la que muestra señas de que su comunidad de hablantes está dejando de usarla y de transmitirla a las nuevas generaciones, en favor de una lengua dominante”. Las razones por las cuales el uso se disminuye son diversas: van desde el bajo o nulo índice de nuevos hablantes que se registran, hasta su ausencia en medios masivos de comunicación o ámbitos gubernamentales y escolares.

            En el caso de la lengua ngiba (popoloca), sus cuatro variantes dialectales están presentes en el Atlas de las Lenguas del Mundo en Peligro, de la UNESCO, y dos están catalogadas por el INALI con fuerte tendencia a extinguirse. Por una parte, el popoloca del poniente -hablado en seis puntos de Santa Inés Ahuatempan, Puebla- se encuentra en muy alto riesgo de desaparecer, mientras que el popoloca del centro, de Tepexi de Rodríguez, en alto riesgo. Ambas variantes ocupan los puestos 33° y 86°, respectivamente, en peligro de extinción del listado de las 364 variantes dialectales de todas las lenguas indígenas habladas en el país.

            La variante del popoloca del poniente, conocida por sus hablantes como ngiba, es la segunda lengua que Irene Guadalupe Ramón Orozco comenzó a aprender durante su infancia. La estudiante de la Licenciatura en Derecho pasó su infancia en San Antonio Tierra Colorada, uno de los seis barrios de Santa Inés Ahuatempan, en donde aún viven hablantes de ngiba.

         Sin embargo, ella no aprendió esta lengua como materna debido a la discriminación a la cual han sido sometidos sus hablantes: cuando sus abuelos asistieron a la escuela, “tenían prohibido hablarla  y entonces les enseñaron el español. Si no hablaban en español, les cortaban las trenzas, los sentaban en el suelo e incluso los castigaban”, relata.

         Debido a situaciones como esta sus abuelos no enseñaron el ngiba como primera lengua a sus hijos ni a sus nietos. Por ello, la formación de la joven en este idioma fue a través de talleres y clases que impartía de forma extraescolar una docente. “No era obligatorio, era más por tu voluntad. A la fecha no sé si los siga impartiendo porque ya es una persona mayor”.

      El interés de Irene la ha llevado a conocer personas durante su trayectoria universitaria, con quienes a pesar de no pertenecer a la misma variante dialectal, ha podido comparar y compartir sus aprendizajes sobre el ngiba. En este sentido, considera que una de las principales acciones para frenar la extinción de esta lengua indígena, más allá de la enseñanza, es la revaloración por parte de los hablantes: “la gente a la que conozco a lo mejor no la quiere aprender porque no sabe el contexto histórico o cultural. Una lengua va más allá de la forma de hablar: va acompañada de toda la cultura, de nuestra cosmovisión, de creencias, de rituales”.